Entre los años 60s y 70s del siglo pasado, se produjo un fenómeno sin precedentes: el mundo volteó a ver con interés y respeto a lo que estaba haciendo un grupo de autores latinoamericanos, un movimiento al que se le denominó Boom latinoamericano y del que ya se ha escrito mucho. Los ecos de la revolucionaria experimentación a la que fue sometida la narrativa a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, obtenían su versión latinoamericana y todos coincidían en que ésta lucía tremendamente bien.
Pero un poco antes de este fenómeno, Juan Rulfo sentó uno de los precedentes que adelantaba lo que ya se avecinaba: Pedro Páramo, el eslabón entre la novela revolucionaria mexicana y el la generación que no se cansó de experimentar.
Solemos ser muy críticos con los escritores que nos son contemporáneos, así, los Velasco, Fadanelli, Poniatowska, Chimal y parecidos, son tan odiados como amados. Pero Rulfo está tan consagrado que se le respeta y reconoce aquí en México como en Japón, acaso ningún otro autor mexicano ha sido traducido a tantos idiomas; le bastaron 2 obras, para hacerse inmortal.
La novela se inicia con el famoso gancho de Juan Preciado, diciéndonos que ha llegado a Comala en busca de su padre un tal Pedro Páramo, y de ahí la narración se va volviendo cada vez más compleja y enredada gracias a la participación de una numerosa serie de personajes.
Pedro Páramo es una mezcla de testimonios, recuerdos, voces y lamentos, un montón de historias febriles alrededor de la figura del cacique de un pueblo olvidado, un micro mundo desolado y violentado.
La novela que a la mayoría de los mexicanos les obligaron a leer en la secundaria, sin lograr entender ni dos párrafos, tiene muchísimo qué ofrecer cuando esta se lee por verdadero interés y algo de paciencia.
Álvaro (@alvarogo87)
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