Voces de Chernóbil: Crónica del futuro, Svetlana Alexiévich

Voces de chernóbil portada

Una ola de youtubers peregrinan a la ciudad fantasma de Prípiat, buscando generar tráfico para sus canales. HBO lanza una miniserie sobre el desastre nuclear soviético, tratando de llenar el hueco dejado por Game of Thrones. La zona dañada por el accidente de Chernóbil se transforma en el nuevo Auschwitz del turismo B. El Chernobilómetro ha explotado y eso es excusa suficiente para leer los testimonios de la gente afectada que Svetlana Alexiévich ha rescatado del olvido.

La realidad y la ficción se predicen mutuamente todo el tiempo. Pensemos en Stalker de Tarkovsky, en donde existe una contaminada zona soviética de acceso restringido, habitada por peligros invisibles que terminan destapando hasta nuestros anhelos más profundos, esos que nacen del miedo. Pensemos también en la Orán descrita en La Plaga, de Camus; atacada por una mortal peste que va acabando con sus habitantes, pero en la que aún queda lugar para la esperanza. Ya en ambas ficciones se anticipa involuntariamente lo que pasó después del desastre nuclear de Chernóbil, o al menos queda anticipado el espíritu del libro de Alexiévich, que es más periodismo que ficción. La misma autora de Voces de Chernóbil la hace de stalker, entrando a la zona (esta sí real) para guiarnos en un viaje que revuelve intimidades de la Unión Soviética, de la condición humana y hasta del lector.

La estructura narrativa es a lo Detectives salvajes: un montón de personajes variados contando su versión sobre lo que pasó en el accidente y, sobre todo, lo qué pasó después de éste. Hay de todo: científicos, soldados, maestros de primaria, obreros, vecinos del reactor, ingenieros, ateos, supersticiosos, campesinos y gente buscando sentido en las palabras de Dostoievski, Bulgakov, Chéjov, Pushkin o Tolstoi, no olvidemos que se trata de los pueblos herederos de los grandes escritores eslavos.

“Hasta hoy tengo delante de mis ojos la imagen: un fulgor de un color frambuesa brillante; el reactor parecía iluminarse desde dentro. Una luz extraordinaria. No era un incendio como los demás, sino como una luz fulgurante. Era hermoso. Si olvidamos el resto, era muy hermoso. No había visto nada parecido en el cine, ni comparable.”

La primera y la última narración son tristísimas, pero se sienten muy memorables pues no dejan de ser historias de amor incondicional, a prueba de todo veneno. Sobran casos desgarradores: muertes dolorosas, enfermos de cáncer, bebés que nacen muertos o con múltiples deformaciones, sueños truncados, pesadillas reales y desdichados personajes perseguidos de por vida por la maldición de Chernóbil, una estela que trae repulsión y discriminación de parte del resto del mundo; podrás salir de Chernóbil, pero Chernóbil nunca saldrá de ti. Hay incluso un coro de voces infantiles que te borra toda sonrisa del rostro; entre ellas, la de un niño suplicándole a su madre que lo mate para liberarlo del dolor.

“¿Cuál es, pues, el sentido de nuestro sufrimiento? ¿Para qué sufrimos? ¿Por qué hay tanto sufrimiento?”

“Sentía una angustia… Estaba como paralizada. Quería hablar con alguien, pero con nadie de este mundo. Me iba a una iglesia, allí reina un silencio como el que a veces descubres en las montañas. Un silencio… Allí puedes olvidar tu vida.”

“¿Qué es lo que realmente había sucedido? No se hallaban palabras para unos sentimientos nuevos y no se encontraban los sentimientos adecuados para las nuevas palabras”

Por otro lado, también hay mucha gente resignada; condenados que no ven otra opción que abrazar su tierra envenenada en la que todo alrededor es tóxico y cancerígeno, pero que con eso y todo aún le siguen llamando hogar, casi hasta con cariño.

“Toda la humanidad se hizo más sabía después de Chernóbil. Se hizo mayor. Adquirió otra edad.”

“Tal como lo entiendo hoy, Chernóbil nos liberaba. Nos enseñaba a ser libres.” 

Hay espacio para un par de voces que denuncian la podredumbre del régimen soviético que terminó amplificando los daños de forma estúpida y cínica. Incluso hubo espacio para la voz de un conspiracionista a favor del comunismo. Supongo que esta última persona le picó la cresta a la escritora, pues se la pasa acusándola de escribir solo lo que le conviene. 
Algo sorpresivo es que aunque los testimonios provengan de gente común y corriente, estos tienen momentos filosóficos, líricos y muchas veces hasta profundos. Quizás cuando lo que se vivió fue tan intenso y tan raro, las palabras están solo esperando una válvula de escape que les permita salir, libres de pretenciones, y superar cualquier cosa que un escritor pudiera inventar.

Álvaro (@alvarogo87)

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